viernes, 25 de octubre de 2013

Capítulo 15




El concepto que yo tenía como fiesta, en Londres era totalmente distinto. Mirando a mi alrededor podía observar como los jóvenes reían, jugaban, bailaban, escuchaban música que salía de unos altavoces enormes a poyados en uno de los coches y como los acompañaba un vaso lleno de alcohol mezclado con otra bebida. Tres veces tuve que evitar que Álex aceptara uno de esos vasos que muchas chicas le ofrecían. Él me suplicaba con la mirada que le dejara beber pero yo volvía a impedírselo.
—No —dije rotundamente—. Lo que me falta es tener que aguantarte también borracho.
Mery iba por delante de nosotros y de vez en cuando se giraba para mirarnos y ver si no nos habíamos perdido, pero era imposible perderse. A pesar de toda la gente que había todo el mundo la conocía. Si nos perdíamos tan solo teníamos que preguntar por ella y seguro que alguien sabría donde se encontraba. Aunque también me aliviaba tener conmigo a Álex y no estar sola con toda esta chusma, porque eran eso, chusma. Ya tres borrachos se me habían acercado para que lo acompañara a su coche y Mery me había comentado que lo que querían decirme era que se lo montarían contigo si los acompañabas. Qué asco…
—¿Qué estamos haciendo aquí exactamente? —me dijo más de una vez Álex y yo le había respondido con la misma respuesta.
—No lo sé.
Los tacones me estaban matando. Mery decidió en el último momento cambiar las sabrinas que había escogido por unos tacones de ocho centímetros porque, cito textualmente “realzarán más esas piernas tan largas.” Álex rió ante ese comentario, que no tenía ninguna gracia. Y además el suelo no podía ser plano y regular no, tenía que ser de gravilla y con baches que en cualquier momento me rompería un tobillo, o los dos.
Nos paramos delante de un grupo de jóvenes que Mery describió como pacíficos si no se les molestaba y light, que era que no bebían ni fumaban, pero yo lo dudaba.
—Chicos —gritó para llamar la atención—. Estos son Álex y Charlotte.
En seguida una rubia con una minifalda, y cuando digo minifalda es una falda subida hasta las axilas, se acercó a él y lo cogió del brazo y lo alejó de mí.
—Vamos, suéltate un poco —me susurró Mery al oído.
Una chica del grupo se acercó a mí y se presentó como Sheila. Se la veía simpática comparado con algunas otras.
—¿Ese chico era tu hermano? —preguntó mirando a Álex que se alejaba con la rubia de la minifalda—. Pues esta como un bombón. ¿Tiene novia?
—Sí —mentí y enseguida ella se había alejado de mí.
Luego me había quedado mirando a la pandilla como si fueran bichos raro y ellos lo notaron enseguida. Se fueron apartando un poco de mí y siguieron con lo suyo. Yo intenté no separarme de Mery en toda la noche lo que ella respondía con resoplidos. Hacía tiempo que había perdido de vista a Álex y esperaba que no estuviera haciendo ninguna tontería, como emborracharse o liarse con una humana. Si su padre se enterara podría caer la ira de Zeus sobre la Tierra, y eso no sería especialmente bueno para nadie.
De repente alguien salió de las sombras del descampado y cogió a Mery en brazos. Ella no se sorprendió para nada y en vez de chillar (que es lo que yo hubiera hecho) rió muy fuerte.
—Vamos, bájame —le dijo muy cerca del oído. Tan solo por el roce pensé que sería su novio o un amigo con derecho a roce.
El chico la bajo con nada de cuidado y la agarró por la cintura. Claramente amigo con derecho a roce. Mery le dijo algo al oído y se acercaron a mí. Él tenía el pelo muy negro, como el carbón, y los ojos verdes como la esmeralda. También tenía una cara muy fina y un cuerpo musculoso.
—Charlotte, te quiero presentar a Marcos.
¡Marcos! El chico de la piedra y lo tenía justo delante de mí. Que ganas tenía de meterle las manos en los bolsillo, encontrar la piedra e irme. Sin embargo sabía que no podía exponerme delante de tanta gente.
—Marcos y yo tenemos una de esas relaciones difíciles —continuó explicándome Mery.
¿Relación difícil? No tenía ni idea de que me estaba hablando y al parecer Marcos se dio cuenta porque enseguida me lo explicó.
—Sí. Se puede decir que yo me tiro a Mery cuando quiera y ella no se queja. En realidad me pide <<más>>. Una relación difícil.
—¡Marcos! —Mery estaba totalmente colorada y le estaba perforando el brazo a Marcos con los golpes, aunque él ni se inmutaba.
Él rio a carcajadas y yo lo miré con la boca abierta.
—Le he dicho la verdad —replicó—. Yo me voy a beber algo por ahí. ¿Os venís?
—Luego te buscamos —dijo alegremente y dejó que él se fuera.
Vale, voy a ir resumiendo. El chico al que tengo que quitarle la piedra estaba en una “relación difícil” con mi compañera de piso y encima tenía que aguantar al hijo de Zeus que vino “accidentalmente” conmigo a la Tierra. Espero que no me costara tanto conseguir la primera piedra como pensaba que me iba a costar esta.
En ese tiempo en que yo iba resumiendo Mery me había arrastrado, literalmente, aun espacio que se encontraba vacío.
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—¿Qué me parece qué?
Ella puso los ojos en blanco y puso los brazos en jarra.
—Pues Marcos —lo dijo como si fuera obvio— Está como un tren.
Cada vez me sorprendía más del vocabulario que utilizaban. “Está como un tren”, “es un bombón”… personificación en toda regla.
—Claro… —dije en un susurro— ¿Pero tenéis algo serio?
—¿Serio? No, claro que no. Solo somos follamigos.
Otra palabra para mi vocabulario. Y esta me dejó con la boca abierta. Dentro de poco escribiría un diccionario, manual para antes de bajar a la Tierra.
Marcos llamó a voces a Mery para que se acercara y ella naturalmente, lo hizo, y me dejó sola. Marcos cogió de nuevo a Mery por la cintura y la alejó mientras agitaba el vaso lleno de un lado para otro. El beso que le dio en los labios a Mery no me pareció de una relación con derecho a roce. Me olvidé de ellos en cuanto Álex apareció por detrás de mí para asustarme.
—Ni se te ocurra —le advertí, adelantándome a sus pasos.
—Eres muy sosa, Harmonía —replicó con un suspiro— ¿Qué tal te ha ido? A mí me ha ido genial. He conocido a muchas chicas muy hermosas y…
—Baja de ahí arriba, casanovas —dije mientras que le pasaba la mano por delante de la cara—. Para empezar ve olvidándote de cada una de ella.
—No pienso hacerlo.
Yo lancé una gran carcajada.
—No te preocupes ya lo hará tu padre —y lo dejé solo con la boca abierta y perplejo.
             



Después de una horas dando vueltas por ahí, sin hacer nada y que la música sonaba ya como martillos en mi cabeza, pude volver al apartamento de Adele. Por supuesto Mery se había quedado con Marcos, haciendo lo que según ella ya yo sabía.
En cuanto llegamos al apartamento, Adele nos recibió con una taza de chocolate caliente para cada uno, que saboreé todo lo que pude antes de caer rendida en la cama, sin ni siquiera quitarme la ropa ni los tacones.
—¿Crees que mi padre estará enfadado? —preguntó de repente Álex que se encontraba en la cama de al lado.
—La ira de Zeus caerá sobre ti y serás castigado, Heracles —dije burlándome de él.
Él se dio la vuelta en la cama dándome la espalda.
—Lo digo en serio.
—Yo también —dije antes de quedarme dormida.




Álex se encontraba tumbado en el suelo, justo bajo una farola que iluminaba su cuerpo al completo, y a su alrededor había un charco con un líquido rojo brillante. Su piel se encontraba muy blanca y cuanto más me acercaba para verle, más podía percatarme de que tenía una expresión muy dulce en la cara, pero la situación en la que se encontraba no era nada dulce, era terrorífica.
 Me agaché a su lado derecho, manchando los vaqueros de sangre e intenté despertarlo, reanimarlo.
—Ni siquiera lo intentes, no tiene pulso —susurró alguien desde la oscuridad.
En cambio, yo seguí intentándolo. Seguí dando golpes muy fuertes en su pecho. No estaba sirviendo para nada, la herida en el costado derecho cada vez que apretaba, esparcía más sangre, que me mojaba la camisa blanca.
—No lo sientes —de nuevo era la misma voz— No estás triste por su muerte.
—¡Sí lo estoy! —grité eufórica.
En realidad no lo sentía. No sentía su muerte. Por muy egoísta y rastrero que pareciera no lo sentía.
En un reflejo vi como un párpado de Álex se movía pero sería una pequeña ilusión, con toda la sangre que había ni siquiera un inmortal podría haber vivido.
—Yo podría haberlo evitado, pero no lo hice —la voz se encontraba cada vez más cerca de nosotros e hizo que se me erizara el pelo.
Y de repente un mar de lágrimas salieron de mis ojos y se dejaron caer por mi cara hasta aterrizar en el jersey de Álex.
—No iba a cometer el mismo error dos veces —podía distinguir la silueta de alguien en la oscuridad que se acercaba cada vez más— No pensaba enamorarme de un humano de nuevo, eso me supondría una muerte segura.
Me armé de valor y me levanté. Las piernas me flaquearon y tuve que apoyarme en la farola.
—¿Quién eres? —dije en un susurro.
Por fin la sombra escondida dio un paso, dejando que la luz que emitía la farola en la que yo me apoyaba, la iluminara, porque era una chica y la conocía muy bien. Mery se encontraba justo delante de mí, con un pequeño cuchillo en la mano y con una expresión de satisfacción el rostro.
Mucho odio recorrió mi cuerpo en un segundo y me abalancé sobre ella. Ella fue mucho más rápida que yo y sin pensarlo me clavó el mismo chuchillo en el mismo sitio en el que se lo había clavado a Álex. Lo último que escuché fue una carcajada llena de maldad.




Me desperté con el corazón en un puño y con la respiración acelerada. Lo primero que hice fue tocar mi costado derecho  y mirar hacia el lado donde Álex se encontraba dormido. Todo estaba bien. Tan solo había sido una pesadilla.
Miré alrededor de la habitación y corazón me dio un vuelco al encontrar a Adele sentada en el sillón que había al lado del armario.
—¡Qué susto!
—Lo siento —se disculpó la anciana— No pretendía asustarte, Harmonía. Como hablabas me acerqué para ver que estabas bien y resultó que tenía una pesadilla.
Me quede un tiempo en silencio y luego dije.
—¿Cómo me ha llamado?


Y como siempre, siento el retraso al publicar el capítulo. Espero que la espera merezca la pena y me contéis que os ha parecido :)

domingo, 6 de octubre de 2013

Capítulo 14



            La puerta del ascensor se abrió con un escalofriante crujido y me dejó ver el amplio rellano. Las paredes estaban pintadas de un color verde pistacho que relajaba muchísimo. Cuadros de todo tipo se encontraban colgados de las cuatro paredes del rellano. La puerta del apartamento de Adele se encontraba al final de este rellano.
            Adele se adelantó a mí para abrir la puerta y Álex se apoyó una mano de uno de mis hombros, sorprendiéndome.
            —Adele me da mala espina —me dijo en un susurro.
            —Imaginaciones tuyas.
            Le dejé con la palabra en la boca y me acerqué a la puerta junto a Adele. Ésta estaba sacando las llaves del bolso. Mientras tanto me fijé en que la anciana tenía una marca en la parte del cuello que no estaba tapada por la bufanda. La marca era un rayo  roto por la mitad. Era muy extraño y no lo había visto en ningún lugar.
            —¡Aquí están! —exclamó Adele al encontrar las llaves.
            Las introdujo en la cerradura y abrió la puerta. La puerta produjo un crujido que hizo temblar las paredes. Adele me dejó pasar primero pero cuando fui a poner un pie dentro de la casa algo se me abalanzó encima, desestabilizándome. Álex me cogió enseguida por la espalda y me levantó muy despacio.
            —¡Lupin! —gritó Adele— ¡Qué te he dicho de abalanzarte así contra las visitas!
            Lupin, al parecer, era el perro de la anciana. Era un perro mediano, de color blanco como el pelo de ésta. Tenía una gran mancha de color marrón en el hocico y parecía muy manso, excepto por ese ataque de rebeldía.
            —Lo siento mucho, querida —se disculpó la anciana cogiendo al perro en sus brazos— Siempre hace lo mismo.
            —No se preocupe, Adele. No ha sido nada.
            Ahora fue Álex quien pasó al apartamento primero. Luego le seguí yo, fijándome como siempre de todo a mi alrededor. La casa estaba muy ordenada y la entrada conducía a un gran salón decorado con unos muebles muy antiguos. A diferencia del rellano, en el salón no había ninguna foto ni ningún objeto personal que pudiera pertenecer a Adele.
            —Esta es mi humilde casa —dijo Adele adelantándose a nosotros— Por favor, tomad asiento y os traigo café.
            Álex y yo intercambiamos una pequeña mirada y nos sentamos en los sillones de la sala. Adele desapareció por el pasillo y nos quedamos solos.
            —Qué casa más antigua —susurré.
            Álex suspiró.
            —Su dueña no se queda atrás —Álex dio un salto al ver que Lupin, el perro, se colocaba en sus piernas— Odio los perros.
            Cogí a Lupin de sus piernas y le acaricié la cabeza haciendo que lanzara un pequeño gruñido.
            —¿Cómo piensas encontrar a Marcos? —me preguntó Alex aun observando la habitación.
            No tuve que responder a la pregunta porque Adele apareció por el pasillo y traía consigo una bandeja con tres tazas de té y un plato lleno de brownies de chocolate. Dejó la bandeja en la mesita del centro y sentó en el sillón del al lado mía.
            —Podéis quedaros aquí el tiempo que queráis —nos ofreció—. Como me dijisteis que el hotel os había dejado tirados. Yo tengo una habitación con dos camas.
            Cogí la tetera y llené las tres tazas hasta arriba. Necesitaba una buena taza de café para quitarme el frío.
            —Muchas gracias —agradecí por mí y por Álex— Nos viene muy bien porque no teníamos donde quedarnos, Adele.
            —No es muy hablador —dijo—, tu hermano quiero decir —aclaró al ver mi cara.
            Miré de reojo a Álex que me observaba . No se le veía muy cómodo ahí. Se le veía extraño, como si al pasar por la puerta de la casa se hubiera convertido en otra persona.
            —Es muy tímido —tuve que responder.
            —Pues la timidez no abre puertas —dijo Adele— Yo diría que las cierra a cal y canto.
            Después de esa frase tan sabia nos quedamos en silencio. Yo cogí un brownie del plato y me lo comí lentamente, saboreando el chocolate. Empecé a divagar, pensando que haríamos para encontrar la segunda piedra. Tendríamos que salir por la ciudad e investigar. Caí en la cuenta de que podría llamar a mi madre para que me diera información pero solo recordar la cara con la que la vi la última vez, antes de venir a Londres, se me quitaron las ganas. Además tendría que aguantar la bronca por Heracles, que ni siquiera había sido culpa mía. Y también recaería sobre mí la ira de Zeus, porque su hijo había bajado a la Tierra sin permiso.
            —Queríamos salir a ver mundo —oí como Álex hablaba por primera vez.
            Adele suspiró y juntó las manos en su regazo.
            —Jóvenes —dijo—, y con muchos sueños por cumplir.
            La puerta de una de las habitaciones del pasillo se abrió de forma muy brusca y Álex y yo nos pusimos tensos. Una chica, alta, delgada y con el pelo negro como el carbón llegó hasta el salón a paso ligero.  Iba tan solo con una toalla de baño que le tapaba lo mínimo. Acabaría de salir de la ducha.
            —Adele, ¿dónde has puesto la camisa que era para esta no… —la chica se dio cuenta de nuestra presencia y se puso roja como un tomate.
            Adele se levantó del sillón y se acercó a un cajón de un mueble del salón. Del cajón sacó una blusa de color coral muy bien planchada. Se acercó a la chica y se la dio.
            —Mery, querida, aquí la tienes —le dijo tendiéndole la blusa— Creo que lo mejor va a ser que te cambies. Tenemos visita.
            Mery giró la cabeza hacia la derecha para fijar su mirada en Adele que le tendía aun la blusa. No pasé por alto que ésta tenía la misma marca que la anciana en el mismo lugar del cuello.
            —Gracias Adele —dijo y sin mirarnos antes, se marchó y entró por la misma puerta por la que había salido.
            Adele se volvió a sentar en el mismo sillón y se sirvió otra taza de café.
            —¿Quién es? —preguntó Álex, que había estado embobado mirando a Mery.
            —Es mi nieta Mery —respondió—. Vive conmigo desde que sus padres murieron en un accidente hace dos años.
            Adele tomó e primer sorbo de la taza y se la colocó en las manos para recalentárselas.
            —Adele quería hacerte una pregunta —dije.
            —Dispara.
            Tomé aire.
            —¿Qué es ese dibujo que tenéis tu nieta y tú en el cuello?
            La anciana dejó caer la taza estrepitosamente sobre la mesita y tosió. No se había imaginado que esa iba a ser la pregunta y se puso nerviosa.
            —Tan solo es una marca de nacimiento de la familia.
            Yo estaba segura de que aquello no era una marca de nacimiento. Segurísima.
            La puerta de la habitación del pasillo se volvió a abrir y Mery salió, esta vez, vestida con la blusa coral y unos pantalones pitillos blanco. También llevaba unos tacones altísimos.
            —Siento que la presentación haya sido tan poco educada —dijo acercándose a nosotros pero sobre todo, fijándose en Álex— Soy Mery, la nieta de Adele.
            Mery nos dio dos besos a Álex y a mí y se sentó en el sillón que quedaba libre justo al lado de Álex.
            —No me imaginaba que mi abuela iba a traer visitas hoy —explicó—, pero normalmente no me suelo pasear por la casa en paños menores.
            —Charlotte y Álex se quedaran con nosotras un tiempo, Mery —dijo Adele.
            —¡Qué bien! —exclamó— Por fin un chico en casa.
            —Por favor Mery, enséñales su habitación a los chicos —rogó.
            Los tres nos levantamos de los sillones y Mery nos condujo por el pasillo hasta la puerta que quedaba justo al lado de la que ella había salido. Ella abrió la puerta y entró.
            —Esta será vuestra habitación —abrió los brazos y señaló todo el cuarto.
            Esta habitación no parecía de la casa. Era mucho más moderna, por los muebles que eran mas distintos que los demás de la casa. Las paredes estaban pintadas de un azul eléctrico que contrastaba con los muebles de color blanco. En la habitación había un espejo de cuerpo detrás de la puerta, había dos camas individuales y separadas. Y un solo armario para los dos.
            —¿Y vuestras maletas? —preguntó Mery.
            —Eh… Se nos han perdido —respondí de forma nerviosa.
            Mery se colocó la mano bajo la barbilla, como si pensara.
            —Vaya. Yo te puedo prestar mi ropa pero a él habrá que comprarle.
            —No te preocupes. Nos apañaremos —dijo Álex.
            Mery salió de la habitación sin decir nada y nos dejó solos.
            —Deja de babear —le dije a Álex.
            —Yo no babeo.
            —Mira el suelo —bromeé
            Álex me miró con una mirada asesina y al final rió. 
           Mery entró de nuevo en la habitación y traía consigo mucha ropa. Las dejó en la cama y me cogió por los hombros colocándome delante del espejo.
            —Veamos… —empezó a mirarme de arriba abajo— Creo que para esta noche esto te quedará genial y le va perfecto a tu pelo.
            Cogí un mechón de pelo y me lo enrollé en un dedo. El rubio me quedaba fatal. Echaba de menos mi pelo pelirrojo. 
            En el espejo vi a Álex que me miraba con una expresión de nostalgia en la cara. Sabía perfectamente en lo que estaba pensando.
            Mery cogió un conjunto formado por uno vaqueros oscuros y una camisa color burdeo combinado con unas sabrinas color beige.
            —¿Para esta noche? ¿Qué vamos a hacer?
            —Está clarísimo. Esta noche, nosotros nos vamos de fiesta.