domingo, 3 de noviembre de 2013

Capítulo 16




—Puede que ya no te acuerdes de mí.
Yo la miré de arriba abajo, observándola con más detalles.
—Pues no. No me acuerdo para nada de usted
Las dos nos encontrábamos en el salón del piso. La leve luz de la lámpara de la mesilla nos iluminaba. Adele se veía cansada y fatigada, yo en cambio me encontraba con mucha energía y tenía muchas ganas de darme una ducha, pero creí que esto era mucho más importante. Eran las tres de la madrugada pero a mí me parecían las siete de la tarde.
—Fue hace mucho tiempo —dijo de forma melancólica—. Exactamente catorce años.
Yo calculé cuantos años tendría hace catorce años. Tres años. No recordaba nada de lo que viví con tres años.
—Yo tenía tan solo tres años.
—Y era la más bella de todo el Limbo —recalcó—. Y lo sigues siendo. Aunque tu aspecto es diferente sigues siendo la misma Harmonía a la que yo cuidé durante dos años.

Intentar recordar algo de mi infancia me era muy difícil. Era como un cajón guardado con llave en el fondo de mi memoria. Sin embargo, esa mujer tenía la llave y podría abrirlo.

—Encontrarte en la casapuerta de mi casa me hizo pensar lo peor —confesó— Creí que te ocurrió lo mismo que a mí…

Me aclaré la garganta y tuve que beber un buche del vaso de agua que se encontraba en la mesilla.

—¿Eras mi niñera? —mi madre siempre había sido quien había cuidado de mí.

Adele se acercó a mí y me cogió las manos.

—Tú madre necesitaba un poco de tiempo para ella y yo era en quien podía confiarte —una pequeña sonrisa de melancolía apareció en su rostro—. Estuve cuidando de ti hasta los cinco años.

—¿Y Mery? —pregunté curiosa. Pensé que Mery tendría una historia distinta.

—Lo de ella fue mucho peor.

La sonrisa desapareció en pocos segundos. Yo estaba tan tensa que tuve que soltarme de sus manos y levantarme.

—Entonces, ese signo es…

—El signo del exilio, niña —explicó y su mano tocó su cuello, rozando la marca.

Me masajeé las sienes y me revolví el peinado. Exilio. No podía ser. Hacía años que los exilios estaban prohibidos y no se practicaban.

—Es imposible que fuerais exiliadas, está prohibido.

—Está prohibido a no ser que sean casos mayores, y los nuestros lo eran.

La puerta del apartamento se abrió de forma muy silenciosa. Las dos nos giramos y nos relajamos al ver que era Mery, que venía ahora de la fiesta. Y no volvía sola.

—Shh, no hagas ruido. Todos están dormidos —Mery colocó su dedo índice en los labios de Marcos y lo metió dentro.

Me crucé de brazos e hice un sonido para llamar su atención. Los dos se dieron la vuelta asustados y cuando nos vieron a Adele y a mí en el salón, se relajaron.

—Buenas noches —saludó Marcos y soltó a Mery de la cintura.

Adele se levantó del sillón con dificultad y se puso a mi lado.

—Mery, ¿qué te he dicho de este chico? —la regañó.

—Me da igual lo que me digas, Adele —replicó—. Voy a seguir haciendo lo que me da la gana.

Yo resoplé y Marcos puso su mirada en mí. Me observó de arriba abajo y yo hice lo mismo conmigo misma. Llevaba una camiseta de Mery, pero me quedaba pequeña. Los pantalones cortos me hacían una piernas demasiada largas. Horrorosas, más bien.

—Ya sabes lo que puede pasar —continuó Adele.

—No pueden hacernos nada más. No pueden hacerme más daño.

Con eso se refería a los Dioses, seguro. Tendrían que haberle causado algo más que el auxilio, pero yo no conocía su historia. Ni ella la mía.

—Sí que pueden —susurró Adele.

Mery le dio la espalda a Adele y acompañó a Marcos hasta el rellano. Antes de salir, Marcos me miró por última vez y esbozó una sonrisa.

—Te veo mañana, princesa —Marcos le dio un beso a Mery y se marchó.

Cuando se cerró la puerta, Mery avanzó a paso ligero hasta nuestra posición. Estaba cabreada, se lo notaba.

—¿A qué ha venido eso? —gritó.

Se encontraba muy cerca de Adele, en una posición amenazante. Pensé en interponerme entre ellas, pero tenía los pies anclados al suelo.

—Tranquilízate —le pidió Adele. Su mirada estaba fija en el suelo y veía como le temblaban las manos.

—¡Qué me tranquilice! —Álex apareció por la el pasillo. Las voces de Mery lo habrían despertado— No tienes otra cosa que hacer que exponernos delante de ellos.

Mi voz resonó por todo el piso, dejando a Mery callada.

—¡Ya lo sé todo!

Ella me miró, sorprendida y luego miró a Adele que estaba en la misma posición de antes.

—¿Cómo te has enterado? —me espetó.

—Ha sido culpa mía —habló Adele, que por fin levantó la vista para mirarme— La llame por su nombre de pila.

Álex seguía en el pasillo sin saber qué hacer, si volver a la habitación o meterse en la conversación.

—Charlotte, ¿qué ocurre? —me llamó mientras que se acercaba a nosotras

—¿Por su nombre de pila? ¿De qué hablas? —Mery retrocedió un paso y observó a Álex, incluso sonrojándose.

Adele, cansada, volvió a sentarse en el sillón, pero los demás nos quedamos de pie, aunque no mis piernas temblaban por el peso de mi cuerpo.

—Charlotte es la hija de Afrodita. Harmonía —confesó la anciana.

Bajé la cabeza a mis manos, que se encontraban a los costado de mi cuerpo, tensas. Noté la mirada penetrante de Mery sobre mí y la mirada perpleja de Álex.

—¿Eres la hija de Afrodita? —Álex intentó seguir con el paripé— Anda ya. Afrodita no es más que un mito.

—Déjalo ya, Álex —lo paré antes de que hiciera más el ridículo.

—Heracles, hijo mío, a ti te descubrí antes que a Harmonía —rió Adele— Has bajado aquí con el mismo aspecto. Muy imprudente por tu parte

Mery seguía parada delante de mí. Su rostro no tenía expresividad y parecía ausente.

—¿Heracles? —dijo en un susurro Mery  y se acercó a él.

Álex la miró confundido, como si su nombre ahora sonara extraño en él.

—¿Sí?

—Mery, es el hijo de Zeus —explicó Adele, que no se esperaba que Mery se abalanzara contra él como si fuera una asesina.

Cogió a Álex por el cuello y lo levantó del suelo. Mery tenía mucha fuerza y Álex no paraba de patalear e intentar soltarse. Yo reaccioné y de un empujón aparté a Mery, que cayó al suelo al igual que Álex. Me acerqué a Álex y las marcas en su cuello me hicieron recordar la pesadilla.

Me vino dolor de cabeza y cada de las imágenes del sueño aparecieron delante de mí como si fueran una película. Una mala película.

—Pero, ¿qué te ocurre en la cabeza? —gritó Álex a la vez que tosía.

Mery se levantó del suelo y se sacudió la ropa.

—¡Tu padre tiene la culpa! —los gritos eran cada vez más altos.

—Mery, su padre tuvo la culpa, no él —intentó calmarla Adele, que se había levantado y tenía cogida de los brazos a Mery.

Mery dio un gruñido y tiró de Adele. Para ser tan mayor, Adele aguantó el tirón de Mery.

—¡Me da igual! —empezó a llorar y se fue calmando, hasta llegar a sentarse en el suelo— Necesito hacerle todo el daño que pueda a Zeus, como él lo hizo conmigo.

Entendía sus sollozos. Zeus también se había llevado una parte de mí. Una parte que añoraba.

—Zeus lo mató y me dejó aquí para siempre —susurró.

Adele se agachó con ella y le frotó la espalda como un gesto cariñoso. A veces echaba de menos las muestras de afecto. Hacía tiempo que mi madre no pasaba tiempo conmigo.

—Eso ya pasó —la consoló—. Álex, llévala a su cuarto.

Álex dudó antes de acercarse. Le ofreció la mano para que se levantara y ella se la dio sin resistirse. Se alejaron de nosotras y se metieron en la habitación. Esperaba que dentro no se mataran. Miré a Adele. Se encontraba sentada en el suelo, la ayudé a levantarse y la senté en el sillón. Me lo agradeció con una sonrisa.

—Aun no entiendo que le ocurre a Mery —dije.

—Mery se enamoró de un humano.

<<El exilio está prohibido a no ser que sean casos mayores, y los nuestros lo eran.>> recordé. El caso de Mery era que se había enamorado. De un humano. Ahora lo entendía,  y a quién mató Zeus fue al humano y luego la exilió. Entendía porque guardaba tanto rencor y porque le daba igual los actos que hiciera. << No pueden hacernos nada más. No pueden hacerme más daño.>>

—Zeus lo mató —repetí.

Adele asintió.

—Cuando se enteró de que Mery guardaba relaciones con un humano, lo mató sin dar explicaciones y la exilió para siempre.

—¿Y tú? —pregunté— ¿Qué paso contigo?

—No obedecí a los Dioses —me explicó— Me pidieron un favor que yo rechacé.

—¿Y ese favor era?

—No puedo contártelo —se lamentó y se levantó del sillón— Creo que es hora de que vayas a descansar.

Yo asentí y me levanté. Fui a buscar a Álex que se encontraba arropando a Mery. Se la veía tan inocente, tan indefensa, que parecía un ángel. Cuando Alex salió del cuarto y cerró la puerta lo abracé. Estuvimos unidos unos segundos, dándome tiempo a dejar caer algunas lágrimas. Al separarnos, secó mis lágrimas con la manga del jersey y me sonrió.

Abrí la puerta de nuestra habitación que estaba en frente de la de Mery. Cuando fui a poner un pie dentro del cuarto lo aparté. Iba descalza y el suelo quemaba. Me quedé parada delante de la puerta, sin entrar.

—¿Por qué no entras? —Álex me dio un empujoncito en la espalda y yo me resistí.

—El suelo quema.

 Álex me miró y burlándose entró el primero. Como yo había dicho, el suelo quemaba. Tuvo que ir dando saltitos por la habitación hasta llegar a su cama. Luego me pasó mis zapatillas y pude entrar. Cuando pise más o menos la mitad del cuarto el suelo empezó a temblar.

—¿Qué le pasa al suelo? —preguntó Álex, que seguía sentado en la cama.

De repente del suelo salió una grieta que abrió la habitación en dos. Yo me quedé en un lado y Álex en otro. De la grieta salió humo y fugo. Era lo más raro que había visto nunca.

Cuando el suelo dejó de temblar, la abertura se abrió lo suficiente para dejarnos ver unas escaleras que bajaban hacia algún lugar.

Puse el primer pie en la escalera y me di cuenta de que no quemaba como lo hacía antes el suelo.

—¿De verdad vas a bajar ahí?

 Bajé otro escalón y así sucesivamente hasta llegar abajo. Miré hacia arriba y vi la cara de Álex que se asomaban por la grieta. Con otro estruendo, la abertura se cerró dejándome a oscuras, pero enseguida apreció la luz.

Parecía que estaba en una cueva, pero en vez de frío hacía mucha calor. Las paredes eran de piedra y su tacto ardiente. No sabía dónde me encontraba, ni siquiera si después podría salir, pero avancé. La cueva daba muchos dobleces y había andado tanto que los pies los tenía entumecidos y llenos de heridas.

Al final de una recta pude distinguir una sombra. Una sombra demasiado grande para ser de una persona. Me acerqué lentamente y vi una perro gigante que custodiaba una puerta. A su lado se encontraba un guardia vestido con una armadura de colores muy oscuros. Al acercarme a ellos, pude saber exactamente donde me encontraba. El perro que estaba en la puerta era Cerbero, la mascota de Hades. Me encontraba en el submundo.

El guardia, al pasar por su lado me abrió la puerta sin pedir explicaciones  y me dejó entrar a una sala más grande, con menos iluminación que los demás pasadizos. La única luz que había en la habitación era una chimenea que reflejaba en una de las paredes una sombra, perteneciente a la persona sentada en la silla que me daba la espalda.

—Bienvenida, Harmonía —dijo la voz grave de Hades, mientras giraba la silla hasta quedar de cara a mí.

Yo me quedé en el sitio. Seguro que nadie del Limbo estaba avisado de mi visita al submundo

—¿Puedes unir tu reino con el de los humanos? —pregunté, sorprendida.

Hades rió con una carcajada escalofriante.

—Pues claro que puedo, niña.

—Estoy harta de que me llaméis niña —repliqué—. No lo soy.

Se levantó de la silla y abrió los brazos en señal de perdón.

—Estás muy cambiada —me observó.

Me miré a mí misma. No había vuelto a ser yo. Seguía teniendo el mismo aspecto que en la tierra. Cerré los ojos e inspiré profundamente. Quería acabar la visita. Estar aquí me incomodaba.

—Nadie sabe qué estoy aquí, ¿verdad?

—No. Nadie lo sabe —su tono de voz me hizo estremecer y me agarré el cuerpo con las manos— Pero no te preocupes, en cuanto hayamos terminado te dejaré volver a la Tierra.

—¿Y qué quieres de mí, que no puedes conseguir de nadie más?

—Siento que la llamada hubiera sido tan desesperada, pero no quería esperar más, Harmonía —cambió de tema, lo que me irritó. Volví la mirada hacia la puerta por la que había entrado pero se encontraba cerrada a cal y canto.

—¿Qué quieres de mí? —repetí.

Sonrió con malicia y se acercó a mí. Lo hizo de una forma muy silenciosa, como si no tocara el suelo.

—Quiero tan solo un favor.

—Mi madre me enseñó a no aceptar favores tuyos —le espeté, arriesgándome a conocer su ira.

—Tu madre te enseñó bien —dijo con calma—. Un favor mío tiene un precio muy alto para alguien como tú. Sin embargo, haré una excepción.

—¿Qué tendría que conseguir?

—Tienes que entregarme la piedra que consigas en la Tierra —soltó. Incluso con el calor que hacía allí dentro, sentí un escalofrío.

—¿Y yo que consigo a cambio? —me aventuré a decir aunque sabía que Hades nunca devolvía los favores.

—Algo que quieres con muchas ganas —dijo, pícaro— Tu memoria.