—Puede que ya no te acuerdes de
mí.
Yo la miré de arriba abajo,
observándola con más detalles.
—Pues no. No me acuerdo para
nada de usted
Las dos nos encontrábamos en el
salón del piso. La leve luz de la lámpara de la mesilla nos iluminaba. Adele se
veía cansada y fatigada, yo en cambio me encontraba con mucha energía y tenía
muchas ganas de darme una ducha, pero creí que esto era mucho más importante.
Eran las tres de la madrugada pero a mí me parecían las siete de la tarde.
—Fue hace mucho tiempo —dijo de
forma melancólica—. Exactamente catorce años.
Yo calculé cuantos años tendría
hace catorce años. Tres años. No recordaba nada de lo que viví con tres años.
—Yo tenía tan solo tres años.
—Y era la más bella de todo el
Limbo —recalcó—. Y lo sigues siendo. Aunque tu aspecto es diferente sigues
siendo la misma Harmonía a la que yo cuidé durante dos años.
Intentar recordar algo de mi
infancia me era muy difícil. Era como un cajón guardado con llave en el fondo
de mi memoria. Sin embargo, esa mujer tenía la llave y podría abrirlo.
—Encontrarte en la casapuerta de
mi casa me hizo pensar lo peor —confesó— Creí que te ocurrió lo mismo que a mí…
Me aclaré la garganta y tuve que
beber un buche del vaso de agua que se encontraba en la mesilla.
—¿Eras mi niñera? —mi madre
siempre había sido quien había cuidado de mí.
Adele se acercó a mí y me cogió
las manos.
—Tú madre necesitaba un poco de
tiempo para ella y yo era en quien podía confiarte —una pequeña sonrisa de
melancolía apareció en su rostro—. Estuve cuidando de ti hasta los cinco años.
—¿Y Mery? —pregunté curiosa.
Pensé que Mery tendría una historia distinta.
—Lo de ella fue mucho peor.
La sonrisa desapareció en pocos
segundos. Yo estaba tan tensa que tuve que soltarme de sus manos y levantarme.
—Entonces, ese signo es…
—El signo del exilio, niña
—explicó y su mano tocó su cuello, rozando la marca.
Me masajeé las sienes y me
revolví el peinado. Exilio. No podía ser. Hacía años que los exilios estaban
prohibidos y no se practicaban.
—Es imposible que fuerais
exiliadas, está prohibido.
—Está prohibido a no ser que sean
casos mayores, y los nuestros lo eran.
La puerta del apartamento se
abrió de forma muy silenciosa. Las dos nos giramos y nos relajamos al ver que
era Mery, que venía ahora de la fiesta. Y no volvía sola.
—Shh, no hagas ruido. Todos están
dormidos —Mery colocó su dedo índice en los labios de Marcos y lo metió dentro.
Me crucé de brazos e hice un
sonido para llamar su atención. Los dos se dieron la vuelta asustados y cuando
nos vieron a Adele y a mí en el salón, se relajaron.
—Buenas noches —saludó Marcos y
soltó a Mery de la cintura.
Adele se levantó del sillón con
dificultad y se puso a mi lado.
—Mery, ¿qué te he dicho de este
chico? —la regañó.
—Me da igual lo que me digas,
Adele —replicó—. Voy a seguir haciendo lo que me da la gana.
Yo resoplé y Marcos puso su
mirada en mí. Me observó de arriba abajo y yo hice lo mismo conmigo misma. Llevaba
una camiseta de Mery, pero me quedaba pequeña. Los pantalones cortos me hacían
una piernas demasiada largas. Horrorosas, más bien.
—Ya sabes lo que puede pasar
—continuó Adele.
—No pueden hacernos nada más. No
pueden hacerme más daño.
Con eso se refería a los Dioses,
seguro. Tendrían que haberle causado algo más que el auxilio, pero yo no
conocía su historia. Ni ella la mía.
—Sí que pueden —susurró Adele.
Mery le dio la espalda a Adele y
acompañó a Marcos hasta el rellano. Antes de salir, Marcos me miró por última
vez y esbozó una sonrisa.
—Te veo mañana, princesa —Marcos
le dio un beso a Mery y se marchó.
Cuando se cerró la puerta, Mery
avanzó a paso ligero hasta nuestra posición. Estaba cabreada, se lo notaba.
—¿A qué ha venido eso? —gritó.
Se encontraba muy cerca de Adele,
en una posición amenazante. Pensé en interponerme entre ellas, pero tenía los
pies anclados al suelo.
—Tranquilízate —le pidió Adele.
Su mirada estaba fija en el suelo y veía como le temblaban las manos.
—¡Qué me tranquilice! —Álex
apareció por la el pasillo. Las voces de Mery lo habrían despertado— No tienes
otra cosa que hacer que exponernos delante de ellos.
Mi voz resonó por todo el piso,
dejando a Mery callada.
—¡Ya lo sé todo!
Ella me miró, sorprendida y luego
miró a Adele que estaba en la misma posición de antes.
—¿Cómo te has enterado? —me
espetó.
—Ha sido culpa mía —habló Adele,
que por fin levantó la vista para mirarme— La llame por su nombre de pila.
Álex seguía en el pasillo sin
saber qué hacer, si volver a la habitación o meterse en la conversación.
—Charlotte, ¿qué ocurre? —me
llamó mientras que se acercaba a nosotras
—¿Por su nombre de pila? ¿De qué
hablas? —Mery retrocedió un paso y observó a Álex, incluso sonrojándose.
Adele, cansada, volvió a sentarse
en el sillón, pero los demás nos quedamos de pie, aunque no mis piernas
temblaban por el peso de mi cuerpo.
—Charlotte es la hija de
Afrodita. Harmonía —confesó la anciana.
Bajé la cabeza a mis manos, que
se encontraban a los costado de mi cuerpo, tensas. Noté la mirada penetrante de
Mery sobre mí y la mirada perpleja de Álex.
—¿Eres la hija de Afrodita? —Álex
intentó seguir con el paripé— Anda ya. Afrodita no es más que un mito.
—Déjalo ya, Álex —lo paré antes
de que hiciera más el ridículo.
—Heracles, hijo mío, a ti te
descubrí antes que a Harmonía —rió Adele— Has bajado aquí con el mismo aspecto.
Muy imprudente por tu parte
Mery seguía parada delante de mí.
Su rostro no tenía expresividad y parecía ausente.
—¿Heracles? —dijo en un susurro
Mery y se acercó a él.
Álex la miró confundido, como si
su nombre ahora sonara extraño en él.
—¿Sí?
—Mery, es el hijo de Zeus
—explicó Adele, que no se esperaba que Mery se abalanzara contra él como si
fuera una asesina.
Cogió a Álex por el cuello y lo
levantó del suelo. Mery tenía mucha fuerza y Álex no paraba de patalear e
intentar soltarse. Yo reaccioné y de un empujón aparté a Mery, que cayó al
suelo al igual que Álex. Me acerqué a Álex y las marcas en su cuello me
hicieron recordar la pesadilla.
Me vino dolor de cabeza y cada de
las imágenes del sueño aparecieron delante de mí como si fueran una película.
Una mala película.
—Pero, ¿qué te ocurre en la
cabeza? —gritó Álex a la vez que tosía.
Mery se levantó del suelo y se
sacudió la ropa.
—¡Tu padre tiene la culpa! —los
gritos eran cada vez más altos.
—Mery, su padre tuvo la culpa, no
él —intentó calmarla Adele, que se había levantado y tenía cogida de los brazos
a Mery.
Mery dio un gruñido y tiró de
Adele. Para ser tan mayor, Adele aguantó el tirón de Mery.
—¡Me da igual! —empezó a llorar y
se fue calmando, hasta llegar a sentarse en el suelo— Necesito hacerle todo el
daño que pueda a Zeus, como él lo hizo conmigo.
Entendía sus sollozos. Zeus
también se había llevado una parte de mí. Una parte que añoraba.
—Zeus lo mató y me dejó aquí para
siempre —susurró.
Adele se agachó con ella y le
frotó la espalda como un gesto cariñoso. A veces echaba de menos las muestras
de afecto. Hacía tiempo que mi madre no pasaba tiempo conmigo.
—Eso ya pasó —la consoló—. Álex,
llévala a su cuarto.
Álex dudó antes de acercarse. Le
ofreció la mano para que se levantara y ella se la dio sin resistirse. Se
alejaron de nosotras y se metieron en la habitación. Esperaba que dentro no se
mataran. Miré a Adele. Se encontraba sentada en el suelo, la ayudé a levantarse
y la senté en el sillón. Me lo agradeció con una sonrisa.
—Aun no entiendo que le ocurre a
Mery —dije.
—Mery se enamoró de un humano.
<<El exilio está prohibido
a no ser que sean casos mayores, y los nuestros lo eran.>> recordé. El
caso de Mery era que se había enamorado. De un humano. Ahora lo entendía, y a quién mató Zeus fue al humano y luego la
exilió. Entendía porque guardaba tanto rencor y porque le daba igual los actos
que hiciera. << No pueden hacernos nada más. No pueden hacerme más daño.>>
—Zeus lo mató —repetí.
Adele asintió.
—Cuando se enteró de que Mery
guardaba relaciones con un humano, lo mató sin dar explicaciones y la exilió
para siempre.
—¿Y tú? —pregunté— ¿Qué paso
contigo?
—No obedecí a los Dioses —me
explicó— Me pidieron un favor que yo rechacé.
—¿Y ese favor era?
—No puedo contártelo —se lamentó
y se levantó del sillón— Creo que es hora de que vayas a descansar.
Yo asentí y me levanté. Fui a
buscar a Álex que se encontraba arropando a Mery. Se la veía tan inocente, tan
indefensa, que parecía un ángel. Cuando Alex salió del cuarto y cerró la puerta
lo abracé. Estuvimos unidos unos segundos, dándome tiempo a dejar caer algunas
lágrimas. Al separarnos, secó mis lágrimas con la manga del jersey y me sonrió.
Abrí la puerta de nuestra
habitación que estaba en frente de la de Mery. Cuando fui a poner un pie dentro
del cuarto lo aparté. Iba descalza y el suelo quemaba. Me quedé parada delante
de la puerta, sin entrar.
—¿Por qué no entras? —Álex me dio
un empujoncito en la espalda y yo me resistí.
—El suelo quema.
Álex me miró y burlándose entró el primero.
Como yo había dicho, el suelo quemaba. Tuvo que ir dando saltitos por la
habitación hasta llegar a su cama. Luego me pasó mis zapatillas y pude entrar.
Cuando pise más o menos la mitad del cuarto el suelo empezó a temblar.
—¿Qué le pasa al suelo? —preguntó
Álex, que seguía sentado en la cama.
De repente del suelo salió una
grieta que abrió la habitación en dos. Yo me quedé en un lado y Álex en otro.
De la grieta salió humo y fugo. Era lo más raro que había visto nunca.
Cuando el suelo dejó de temblar,
la abertura se abrió lo suficiente para dejarnos ver unas escaleras que bajaban
hacia algún lugar.
Puse el primer pie en la escalera
y me di cuenta de que no quemaba como lo hacía antes el suelo.
—¿De verdad vas a bajar ahí?
Bajé otro escalón y así sucesivamente hasta
llegar abajo. Miré hacia arriba y vi la cara de Álex que se asomaban por
la grieta. Con otro estruendo, la abertura se cerró dejándome a oscuras, pero
enseguida apreció la luz.
Parecía que estaba en una cueva, pero en vez de frío hacía
mucha calor. Las paredes eran de piedra y su tacto ardiente. No sabía dónde me
encontraba, ni siquiera si después podría salir, pero avancé. La cueva daba
muchos dobleces y había andado tanto que los pies los tenía entumecidos y
llenos de heridas.
Al final de una recta pude distinguir una sombra. Una
sombra demasiado grande para ser de una persona. Me acerqué lentamente y vi una
perro gigante que custodiaba una puerta. A su lado se encontraba un guardia
vestido con una armadura de colores muy oscuros. Al acercarme a ellos, pude
saber exactamente donde me encontraba. El perro que estaba en la puerta era
Cerbero, la mascota de Hades. Me encontraba en el submundo.
El guardia, al pasar por su lado me abrió la puerta sin
pedir explicaciones y me dejó entrar a
una sala más grande, con menos iluminación que los demás pasadizos. La única
luz que había en la habitación era una chimenea que reflejaba en una de las
paredes una sombra, perteneciente a la persona sentada en la silla que me daba
la espalda.
—Bienvenida, Harmonía —dijo la voz grave de Hades, mientras
giraba la silla hasta quedar de cara a mí.
Yo me quedé en el sitio. Seguro que nadie del Limbo estaba
avisado de mi visita al submundo
—¿Puedes unir tu reino con el de los humanos? —pregunté,
sorprendida.
Hades rió con una carcajada escalofriante.
—Pues claro que puedo, niña.
—Estoy harta de que me llaméis niña —repliqué—. No lo soy.
Se levantó de la silla y abrió los brazos en señal de
perdón.
—Estás muy cambiada —me observó.
Me miré a mí misma. No había vuelto a ser yo. Seguía
teniendo el mismo aspecto que en la tierra. Cerré los ojos e inspiré
profundamente. Quería acabar la visita. Estar aquí me incomodaba.
—Nadie sabe qué estoy aquí, ¿verdad?
—No. Nadie lo sabe —su tono de voz me hizo estremecer y me
agarré el cuerpo con las manos— Pero no te preocupes, en cuanto hayamos
terminado te dejaré volver a la Tierra.
—¿Y qué quieres de mí, que no puedes conseguir de nadie
más?
—Siento que la llamada hubiera sido tan desesperada, pero
no quería esperar más, Harmonía —cambió de tema, lo que me irritó. Volví la
mirada hacia la puerta por la que había entrado pero se encontraba cerrada a
cal y canto.
—¿Qué quieres de mí? —repetí.
Sonrió con malicia y se acercó a mí. Lo hizo de una forma
muy silenciosa, como si no tocara el suelo.
—Quiero tan solo un favor.
—Mi madre me enseñó a no aceptar favores tuyos —le espeté,
arriesgándome a conocer su ira.
—Tu madre te enseñó bien —dijo con calma—. Un favor mío
tiene un precio muy alto para alguien como tú. Sin embargo, haré una excepción.
—¿Qué tendría que conseguir?
—Tienes que entregarme la piedra que consigas en la Tierra —soltó.
Incluso con el calor que hacía allí dentro, sentí un escalofrío.
—¿Y yo que consigo a cambio? —me aventuré a decir aunque
sabía que Hades nunca devolvía los favores.
—Algo que quieres con muchas ganas —dijo, pícaro— Tu
memoria.