Volvía a estar como la primera vez. Me dolía todo el cuerpo y no sabía
dónde me encontraba. Por suerte esta vez no acabé rodeada de gente. Me fijé
bien en todo mi alrededor. Estaba en un callejón de Londres, eso seguro. Me
levanté hasta quedarme sentada y me froté las sienes.
—¿Qué ha pasado? —me sobresalté al escuchar una voz que se encontraba a mi
lado, en la misma postura en la que me había despertado.
Heracles se encontraba en la misma situación que yo solo que él estaba mucho
más confundido. Maldecí por lo bajo. Tendría que acompañarme en este viaje.
—¿Quién eres? —preguntó mirándome de arriba abajo. No, si encima ha perdido la
memoria. Como yo. Qué ironía.
—Quien voy a ser, tarado. Harmonía —respondí.
Intenté levantarme. Puede que lo consiguiera pero antes di varios traspiés y me
tuve que apoyar en la pared.
—No. Tú no eres Harmonía —replicó.
Me dirigí a la salida del callejón. Cuando pude ver la calle
principal tuve que apretarme la cabeza. Me dolía muchísimo. El ruido de las
calles de Londres me estaba produciendo dolor de cabeza.
En una de las tiendas más cercanas, me pegué al cristal del escaparate. Pude
ver porque Heracles no me había reconocido. Tenía delante de mí a una Charlotte
rubia, con pecas y alta. Pero aun así seguía siendo hermosa.
Estaba tan absorta en mi reflejo que no me di cuenta de que la gente de la
calle me miraba. Muchas personas abarrotaban, lo que parecía ser la gran vía de
Londres.
Volví al callejón oscuro y pude fijarme en que Heracles no había
cambiado su aspecto. Más bien no lo habían cambiado porque mi madre no sabía
que él vendría “por accidente” conmigo.
Se encontraba apoyado en la pared, intentando ponerse derecho. Me acerqué a él
y lo ayudé.
—Vámonos —dije tirando de él hacia la salida.
—¿Dónde iremos? —preguntó, preocupado.
—No lo sé —no sabía dónde pasaríamos el día y la noche. Aquí no teníamos a
nadie.
—¿Y cómo lo hiciste la primera vez? —volvió a preguntar.
Le miré con cara de pocos amigos y lo evité.
—Oh, lo siento —se disculpó— No me acordaba de que te habían borrado la
memoria.
Andábamos por las calles de Londres sin rumbo fijo. Quería encontrar un
hotel para alojarnos pero recordé que no teníamos nada de dinero. Nada. No
teníamos nada. Habíamos llegado con una mano delante y otra detrás. La verdad
es que me gustaría recordar como lo hice la primera vez, pero me es imposible
recordar.
—Harmonía —me llamó Heracles.
—Charlotte —repuse— En la Tierra soy Charlotte. Y tendremos que buscar un
nombre para ti. No creo que a los humanos les guste el nombre de Heracles
cuando te presentes.
—¿Por qué no? —no parecía que tuviera mi edad. Hacía más preguntas que un
niño pequeño— Me gusta mi nombre y los humanos me dan igual.
—Mira, tarado. Harás lo que yo te diga si quieres que no te abandone otro
callejón —le amenacé señalándole con el dedo—. Lo último que quiero es que
alguien como tú me arruines los planes, ¿vale?
—Vale, tranquila. Lo he pillado.
—Pues busca un nombre que te guste.
Los dos salimos del callejón y empezamos a andar por las calles de Londres.
El aire de Londres estaba cargado de humedad y el cielo estaba cubierto de nubes
tan negras como el carbón. Toda la calle estaba repleta de tiendas. Heracles
las miraba sorprendido y muchas veces se alejaba de mi lado. Quería pensar que
íbamos a hacer para sobrevivir sin nada aquí pero estaba más pendiente de mi
compañero de ni siquiera a dónde íbamos.
Una gota de agua calló por mi nariz. Miré al cielo y vi como una gran nube
se encontraba encima de la zona en la que nos encontrábamos. Todos a nuestro
alrededor empezaron a sacar paraguas y los abrían para cubrirse. La lluvia se
intensificó y la gente ahora corría.
Nos empezamos a mojar y tuvimos que correr para refugiarnos. El primer
refugio que pudimos encontrar fue una pequeña casapuerta y que parecía muy
antigua. Ya dentro de la casapuerta nos quedamos en silencio y yo me quedé observando
como la lluvia como una cascada.
—Álex —dijo en un susurro Heracles.
—¿Qué?
—Álex será mi nombre aquí —dijo, acercándose a mí—, ¿te parece bien?
Lo miré a los ojos y asentí.
—Álex —repetí muy bajo.
Ahora tendría que acostumbrarme a su nombre al igual que hice con el mío. Y
además tendría que acostumbrarme a su compañía.
Éste se acercó a la puerta de la casapuerta y asomó la cabeza hacia afuera.
—¿Sigue lloviendo? —pregunté al verlo volver a entrar.
—A cántaros.
Resoplé y me deslicé por la pared hasta quedarme sentada. Heracles se sentó
a mi lado a esperar. El silencio, para mí, no era incómodo pero parecía que
para él sí lo era porque lo rompió.
—¿Qué haremos
aquí?
—Ya sabes a lo
que yo he venido aquí —respondí remarcando el “yo” de la frase.
—Sí, ya sé. Yo
no debería estar aquí, ahora tendrás que cargar conmigo, que yo no sé nada de
humanos, bla, bla, bla… Pero quería salir del Limbo.
—¿Y te crees
que yo estoy aquí de vacaciones? —suspiré y apoyé la cabeza en mis rodillas.
—Vale, vienes a
recuperar la piedra que pertenece a tu madre y que está en manos de un mortal
—dijo mientras volvía a levantarse—, pero yo veo varios problemas en esto.
Gruñí y le
dediqué una mirada asesina.
—No me mires
así. Lo que digo es cierto —replicó—. No tenemos donde quedarnos y no sabemos
nada acerca de donde se encuentra ese chico.
Iba a
responderle una grosería pero el ascensor que se encontraba al final de la
casapuerta se abrió y de él salió una anciana que iba muy abrigada y con un
enorme paraguas. La anciana caminó por la casapuerta y se paró justo delante de
mí.
—Mira qué no ir
con paraguas por Londres —observó la anciana— Extranjeros seguro, ¿verdad?
—Sí, señora —le
dije mirándola de arriba abajo— No nos han explicado mucho sobre esta ciudad y
además los del hotel nos han dejado tirado.
Heracles se
acercó a mí lentamente y me cogió del brazo. Me llevó a un lado y dejó a la
pobre anciana sola y extrañada.
—¿Qué haces,
Harmonia? —preguntó mirando hacia atrás, desviando su mirada a la anciana.
—Intentar
encontrarnos un lugar para vivir aquí.
—¿Con esa
señora? —inquirió.
Me alejé de él
y me acerqué de nuevo a ella.
—Ese chico, ¿es
tu novio? —preguntó de forma picarona la anciana— Es muy mono.
—¿Qué? —me
sorprendí— Claro que no. Es… mi hermano
—Ay, ¿dónde
tengo la cabeza? No me he presentado —dijo cambiando de tema de un momento a
otro— Mi nombre es Adele.
—Encantada
Adele, yo soy Charlotte —me presenté y me volví a Heracles— Y él es mi hermano,
Álex.
Adele se acercó
a mi hermano y lo observó durante unos segundos.
—Vaya
—exclamó—, eres igualito a mi nieto.
Heracles rió.
—¿Qué tal si
subís a mi apartamento y me acompañáis en esta tarde tan lluviosa? —nos ofreció
la anciana.
Miré a Heracles
y le dediqué una de mis mejores sonrisas. Él resopló.
—Hoy es el
perfecto día para quedarse en casa —dije y cogí el brazo de Adele.
Y charlando con
ella sobre el tiempo de Londres, Adele, Heracles y yo subimos al apartamento.
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Quiero volver a
pedir perdón por haber tardado tanto en actualizar el blog. Gracias a todos y
muchos besos :3
Y con toda la tranquilidad del mundo, me voy con Adele porque no tengo nada que hacer... (ironía)
ResponderEliminarPues a mí el nombre de Alex me gusta también hehe
En serio, el capi me ha encantado. Siempre he querido ir a Londres *-*
Un beso!
Me ha encantado el capítulo :)) No sé por qué, pero Adele no me da muy buena espina...
ResponderEliminar¡Espero leer pronto el próximo capítulo!
Quiero el leer el siguiente capitulo!
ResponderEliminarSaludos
ResponderEliminarA mí me cae muy bien Heracles, aunque entiendo el por qué Harmonía está tan enojada con él xD. Estoy segura de que su presencia le va a traer mil problemas, después de todo...
Esa sí que es una señora muy amable, sin duda xD.
¡Lindo capítulo, ya me voy a leer el próximo!